lunes, 25 de enero de 2010

Supermaño Survivor VIII: Supermaño Haijin


dedicado a BP, un maestro



El maestro Noh es paciente.


El maestro Noh sabe que, en la clase de escritura creativa, no todos los superhéroes necesitan el mismo trato.


Por ejemplo, el increíble Hulk tiende a ser demasiado autoreferencial y todos sus textos giran en torno a la sensación de no poder pasar desapercibido, hasta un punto, quizás, algo paranoide. Su poema preferido —lógico, piensa Noh— es el Romance Sonámbulo de Lorca. De la misma manera, el Hombre Menguante prácticamente solo se dedica al microrrelato. Y, si Noh lo dejara, al aforismo. En fin, demasiada literatura del Yo, nada inesperado. Pero Noh intenta, día tras día, que a sus alumnos la escritura les ayude a superar sus evidentes limitaciones como superhéroes, su estricta bidimensionalidad construida a base de superpoderes: Johnny Storm se pasa el día encendido, La Cosa enfrascada en una aparente solidez que le impide cualquier rasgo de humor, Daredevil compensando su ceguera con un exceso de tacto… La escritura puede ayudar. La literatura puede ser una terapia, también. Al fin y al cabo, esta no es una Academia al uso. Al menos , piensa, que sepan distinguir un alejandrino de un octosílabo o atrapar una exposición forzada o una cacofonía. Algo de cultura general para superhéroes, simplemente, tampoco está mal.


Noh echa de menos a Superman. Siempre fue un hombre equilibrado. Su trabajo/tapadera de periodista le iba como anillo de kryptonita al dedo. Era un magnífico escritor. La forma en la que trataba la información: redacción cuidadosa, adjetivos escasos pero cuidadosamente escogidos, los necesarios a fin de cuentas.


También en eso fue el mejor. Lástima.


Y ahora está ése, Supermaño, que dice que quiere escribir haikus. Si el tipo es un superhéroe extraño (en su categoría), casi border-line… ¿Para qué quiere ser poeta? ¿No es ya, suficientemente raro, tener el superpoder de la indiferencia, del desapego, la superinmovilidad, el super-zen? Además ¿qué pretende? ¿Ha leído a Matsuo Basho? ¿Y a Masaoka Shiki? ¿Octavio Paz, al menos? ¿Benedetti?


Noh se agotaba sólo de pensarlo. Día a día tendría que conseguir que Supermaño entendiera la diferencia, pero también la complementaridad y la depedencia entre el sonido y el sentido, la importancia del ritmo (y no sólo de los acentos), el uso de la metáfora ajustada, el uso de los silencios, la creación de una voz, la originalidad…


O sea tres versos de cinco, siete y cinco sílabas. Eso está tirao

Bueno, esta es la traducción occidental de las moras japonesas, aunque, en realidad, una mora es algo menor que una sílaba…

Ya, ya… y sin rima—interrumpió Supermaño—. ¡Más fácil todavía!

¿Ves? Ya te ha salido una asonancia. Sin querer —puntalizó Noh

¿Qué asonancia? —preguntó Supermaño con su superinquisitiva mirada compuesta de una sola e ininterrumpida ceja, casi como una sudadera negra y peluda.

“Rima” y “todavía”: asonancia, Supermaño, asonancia

Bueno, bueno, pero ya verá si me pongo, Maestro. No encontrará ni una de esas. Pues bueno soy yo con las asonancias…

Seguro. ¿Y el kigo? ¿Y la cesura? ¿Te atreverás también con un haiga?

¿Qué dice de la higa?

El haiga, Supermaño, el haiga: el dibujo que acompaña, en ocasiones, al Haiku

No, yo lo que se dice dibujar, concretamente, no.


Noh se dispuso a recitar Oku No Hosomichi, La Senda Hacia Las Tierras Hondas, el gran poema. Miró a los alumnos. Mister Fantástico hurgaba en su nariz como si fuera a encontrar el bosón de Higgs. Iron Man daba cabezadas (se había cargado el pupitre otra vez). El Joker le pasaba notitas a Wolverine. Noh respiró hondo, pensó en el poeta, en Matsúo Basho emprendiendo su viaje, abandonando su casa, cediéndola a otras personas poseído sólo por la necesidad de viajar, de contemplar la niebla sobre los valles de Oku, de atravesar el paso de Shirakawa. Noh recitó los versos que Matsúo Basho dejó en un papel, colgado de un pilar de su cabaña:


Otros ahora

en mi choza – Mañana

casa de muñecas.


—Tirao, eso está tirao —aseguró Supermaño mientras Wolverine se lamía los labios y a Joker se le quedaba la sonrisa aún más fija de lo habitual.


Noh volvió a respirar hondo. Tan hondo que apenas alguien más podía ya respirar en el aula. Nadie excepto Supermaño que agitadamente se cernía armado de un bolígrafo sobre el papel que iba a quedar para siempre manchado de pobres metáforas, asonancias y lugares comunes.


Superman, aquél si que era un tipo de una pieza.


—Ya está —dijo Supermaño

—Lea, lea, no se prive, a ver desde dónde partimos —le animó Noh, con más incredulidad que condescendencia.


Sólo un discípulo

Y un tema: el océano.

¿Hay un maestro?


Sí, a veces, hasta un mono podría escribir los Evangelios. Sólo por probabilidades. La ciencia lo asegura. Las combinaciones, al fin y al cabo, son finitas. Simplemente, un hallazgo. Además, el metro no es complicado…


Un maestro, dice el tipo. Un maestro.



sábado, 16 de enero de 2010

Supermaño Survivor VII: Supermaño vs El Operario

basado en un hecho real.




— De cine ha quedao. De cine. No puede tener queja, hombre.

El Operario miraba a Supermaño con una mezcla de clara chulería y sofisticado desafío-solo-levemente-manifiesto. A su lado, el calentador eléctrico del baño —sí, el Superbaño— seguía goteando una especie de agua marrón, probablemente ni siquiera caliente.

— Ya, de cine… ¿y el goteo?—preguntó Supemaño
— Una leve filtración. Es que el agua de aquí es muy dura. Como el ácido. La cal lo corroe todo. Vamos: fíjese en mis manos, sin ir más lejos.

Supermaño miró las manos de El Operario con —reconozcámoslo— poco interés. Pero tampoco advertía grandes lesiones.

— ¿Ve esto? —insisitió El Operario, señalando una manchita del tamaño del ojo de un hamster—. Aquí, al lao del anillo de casao .¿Lo ve?: el médico me ha dicho que es un “venus” o un “nevus”. Algo así. Na bueno, seguro. Y esto es por la cal, seguro, que lo corroe todo. ¡Y que son ya diez años de fontanero! Un oficio muy duro, caballero, muy duro.

Supermaño miraba alternativamente el nevus, la caldera recién reparada pero goteante y la geta sonriente de El Operario. La factura indicaba 357 euros con cincuenta. A Supermaño le molestaba casi más los cincuenta céntimos de pico que el hecho de que la caldera goteara como un gato incontinente. Esos cincuenta céntimos eran claramente como un “¿a que jode?” subliminal.

El calentador había empezado a fallar la semana pasada, por supuesto en fin de semana, por supuesto en plena ola de frío. Supermaño todavía no comprende por qué los hombres/mujeres que comentan el tiempo en el telediario llaman “ola” a cualquier cambio meteorológico: ola de calor, ola de viento polar, ola de…

— Y barato que se lo he dejao ¿eh?. Lo otro es cambiarlo todo, calderín, manguitos, anclajes... un pico, seguro.

…ola de asesinatos de fontaneros…ola de hostias que le voy a dar a este tío…ola de…

Supermaño pagó. “En efectivo, que uno se ha gastao el dinero en los materiales y los paga a tocateja. Yo cheque, lo que se dice cheque, no he cogido uno en mi vida. ¡Donde esté el dinero-dinero…!”.

El Operario contó el dinero-dinero y se despidió con un «Hala, arreglao», mientras Supermaño entonaba un levemente audible “Adiós, gracias” que ni siquiera le permitió advertir la sonrisa que ponía el fontanero, consumado el crimen.

Después de respirar hondo, muy hondo, varias veces, Supermaño se dirigió al dormitorio. Se desvistió mientras recordaba las duchas de las últimas semanas. Al menos el frío de todas esas abluciones le había permitido perfeccionar el alarido de Tarzán y conocer la longitud máxima de sus pezones. Recogió el (super)baño, que había quedado como afectado por un tsunami debido a las profesionales atenciones de El Operario. Colocó un recipiente bajo el calentador con objeto de ir acumulando el líquido oxidado que se obstinaba en producir. Iría vaciándolo cada noche. Simplemente una nueva rutina. Nada especialmente incómodo, Supermaño. Nada existe, en realidad. Be zen, my friend.

Abrió el grifo. Admiró el vapor que empezó a producirse alrededor del agua mientras se calentaba, el interior de la mampara, de nuevo, empañando. Civilización. Cambiar la temperatura del agua: hielo para el güisqui en el Trópico, saunas en Suecia, piscinas cubiertas en Nueva York. Civilización.

Se instaló bajo el agua amable, acogedora. Dejó que el agua cálida resbalara un rato por su pelo, por la espalda… aunque, al poco, comenzaba a notarla algo menos caliente que al principio. «La sensibilidad de la piel», pensó. Pero el agua se enfriaba a cada momento, hasta que alcanzó una temperatura tan natural como helada.

Salió de la ducha temblando de frío e indignación. Miró el calentador: el agua oxidada desbordaba el recipiente, derramándose por todo el baño, creando un pequeño pero progresivamente creciente mapa con la forma de la costa oeste de Sudamérica sobre la alfombrilla beige del baño.

Tiritó. Maldijo. Admiró —de nuevo— sus ateridos pezones.

Le pareció oír la risa de El Operario en alguna parte dentro de su cerebro, contando sus 357 euros. Y los cincuenta céntimos. Los cincuenta céntimos que clamaban venganza. Oyó un pitido que venía del dormitorio. El teléfono móvil.

«Si nada existe ¿de dónde vino esa rabia?» leyó en el SMS que acababa de recibir, encima de la posdata «Pringao» y de las siglas «E.O.»

Zen, superzen. Be as zen as you can, Supermaño.

TWITTER (II)

En un parque mientras las nenas juegan.
En el parque no hay toma de corriente. ¿Hasta donde puede llegar la barbarie humana, la crueldad de la naturaleza?

miércoles, 13 de enero de 2010

Una banda sonora

Me he encontrado esto. Quería saber si funcionaba. Así que allá va, esta banda sonora, para hoy. Con alguna sorpresa.

(Y no sé si debería haber mezclado ciertas cosas. Igual es como con las bebidas y luego da resaca).


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domingo, 10 de enero de 2010

EL GRITO DE MARISA REÑÉ

Foto: J. Zamora

A Javier Balibrea y a todos los demás que marcharon sigilosos

La muerte inesperada,
qué torpe e indecente.
Desgaja el cuerpo y el alma.
Obliga a un ritmo nuevo
que nos paraliza,
se diluye con el quehacer diario.
Y en un tiempo indefinido
nos devuelve donde estábamos.
Ya no somos los mismos
aunque más rebeldes
nos ha conquistado.

Marisa Reñé.

El Bali. Uno de los nuestros


Gracias, Bali.


Sí, a Javier le llamábamos así, como tanta gente: «El Bali», como si quisiéramos desvestirlo de esa prenda servil, formal y antigua, del alquitrán que calafatea el final de su apellido.


Javier.


Hace poco, hace demasiado poco, una tarde que se parece excesivamente a una tarde de la semana pasada, apareció El Bali por la Cueva de las Momias y, en dos minutos —exagero—, en un minuto, ya era uno de los nuestros. Un amigo. Eso tan sencillo.


¿Tan sencillo?


Lo conocíamos de la tienda aquella donde a Hornby —estuvo allí antes de escribir el libro, estoy seguro— y a Abel, a Angel y a tantos otros les gustaría seguir comprando. Allí había ejercido como una especie de sumiller de la música: buen olfato, buen gusto, gran cultura —gracias a él tenemos los discos de Ross, de Talismán, de tantos otros—. Pero aquella tarde, quizá la semana pasada, quizá hace sólo una hora, estábamos reunidos porque le habíamos enviado un texto, un borrador de lo que podría ser una extraña mezcla de musical y de no-biografía sobre Dylan. Allí estaba, con el papel ensayado, con todas las ideas acertadas sobre cómo ejecutarlo para «que no parezca una imitación, que se acerque más a un boceto, a una inspiración, algunos gestos, un aroma». A los pocos minutos, estaba balbuceando como sólo lo pueden hacer él y Dylan desde entonces, para nosotros. El Bali lo había encarnado ya para siempre. Las palabras torpemente escritas, el texto hecho a retales y mal cosido de un aficionado, las frases retorcidas que nunca pronunció ese tipo tan antipático de Minnesota, de repente tenían vida, eran suyas. No cabía duda —los ateos tenemos una extrema sensibilidad para los milagros—: este tipo estaba lleno de talento. Y de generosidad. Teníamos delante a un actor. Y a un amigo.


A veces cuesta saber si uno se merece estas cosas. Que otra persona arriesgue su tiempo, su inteligencia, su experiencia, sólo porque te ve ilusionado como a un niño. Y sí, el Bali no parece —me niego a hablar en pasado— una de esas personas dispuestas a robarle el juguete a un niño, desmentir una ilusión. Más bien parece esa persona que se ha disfrazo mil veces de Rey Mago. Así que fue incapaz de decir lo que todos debíamos haber oído aquella tarde: «¿Dónde vais con esto, pardillos?». No, allí estaba, allí estuvo tarde tras tarde, ensayo tras ensayo, aguantando aquellas pobres y desvergonzadas versiones de grandes canciones. Dando vida a lo que sólo era un esbozo, un apunte. Dando vida.


Ni una crítica.


Ni un pero.


Sólo buenas palabras.


Y, después, allí fuimos, a La Puerta Falsa, ésa por la que se ha ido después de abarrotar la sala de gente que le quiere. Y también fuimos a Itaca, que antes sólo era la isla desde donde partió Ulises dejando a una chica que se llamó Penélope —pero que ahora se llama Lola—, tejiendo y destejiendo, esperando que vuelva, después de un viaje largo, si los cíclopes y las sirenas… y ahora Itaca es, definitivamente, el último lugar donde estuvimos con el Bali esperando que Dylan pasara por allí, bajara del enorme autobús de lunas tintadas y descargara su revólver.


Pero al Bali también lo vimos, lo disfrutamos, en otros lugares: analizando a la extraña familia de ese tipo que mató a otro tipo, o cruzando las galaxias mientras divertía a los niños. A los demás niños que iban con nosotros. En todos esos lugares, en todos a los que acudimos a verle, siempre se disfrutaba de lo mismo: talento, buena gente, sonrisas. Lugares repletos de personas que se reúnen porque saben que sólo así, cercanos, alrededor de un café, de una cerveza, un partido de fútbol, una conversación, de un viaje, de una obra de teatro, de un disco… así es como se disfruta la vida. Y en Bali se reconoce, fácil, a un experto en disfrutar de este breve bocado. Un gourmet, un maestro.


Ayer vimos a muchos, muchos que lo conocieron más tiempo y mejor que nosotros. Ayer quisimos acercarnos a su familia.


Sí, muchos de ellos podrán decirlo con mucha más razón. Nosotros apenas si lo disfrutamos un poco.


Pero, así lo sentimos, fue uno de los nuestros.


Un amigo.


Por un instante.








(Tomado del programa de Angel Sopena. Onda Regional de Murcia. Fotos: Joaquín Zamora©)

El fútbol y LV(La Vida) (I). ESTAR JUNTOS.


El fútbol es un deporte en el que juegan once contra once jugadores dispuestos a lo largo de un espacio rectangular de más o menos 100 x 50. El viejo axioma devaluatorio: "22 tíos detrás de un balón" es, como todos los axiomas falsos, parcialmente cierto. Es eso lo que ocurre en el patio de un colegio, del colegio de nuestros hijos, en sus partidos de recreo. El gran factor que cambia eso es la Regla del Fuera de Juego. La regla del fuera de juego es le esencia del fútbol. Determina, además, la segunda gran regla: El modo en que se OCUPA el espacio decidirá la suerte. Hay un espacio como hemos visto, que ocupar. Pero, ¿cómo hacer para optimizar ese espacio? Pero antes que esto, ¿qué espacio ocupar? Parece obvio, 100 x 50. Pues no. La regla del fuera de juego hace que el espacio a ocupar pueda ser mucho menor.

¿En qué consiste la regla del fuera de juego? En que si se le da el balón a un compañero, atacando un equipo contra la portería rival, y sólo hay un jugador del equipo contrario, el que defiende, entre el que recibe el pase,o sea el balón, el arbitro detendrá la jugada. La invalidará. Tiene que haber dos jugadores. Normalmente, el portero y un defensa. No necesariamente. No es obligatorio que sea el portero. Suele serlo. Entonces, el fuera de juego, la infracción, no es sólo una torpeza del equipo que ataca, sino, ante todo, un movimiento defensivo, artificial y estratégico, del equipo que defiende. Esta maniobra defensiva, FORZAR el fuera de juego del rival, PROVOCARLO, INDUCIRLO, puede hacerse de modo puntual o puede ser una estrategia defensiva BASAL,habitual, del equipo que defiende.

Como os decía, la regla del fuera de juego determina el modo en que se ocupa el ESPACIO. Para minimizar el riesgo que implica el fuera de juego inducido, conviene hacerlo lejos de la portería, a 30-40 metros de ella. Es lógico. Si "tiro" el fuera de juego y fallo (hay dos míos entre el que recibe el pase y la portería), tengo espacio (30 metros) para reaccionar, para corregir, bien mis defensas o mi portero. Tengo espacio y tengo tiempo (segundos) para enmendarme. Para reaccionar. Metros y segundos. Por ello, es mejor subir la línea de defensas a treinta metros de distancia de mi portero. Por eso y para algo esencial para ocupar bien el espacio, PARA JUNTAR LAS LINEAS, PARA ACHICAR ESPACIOS. Eso quiere decir que entre mis defensas y mis delanteros habrá pocos metro de separación. Aumentará la densidad de población. No sólo es que habrá más de mi equipo juntos, es que habrá más de los otros. Si ellos escaparan de esa franja de densidad lo harían incurriendo en fuera de juego. Si aumento la densidad de población en el centro del campo recuperaré antes el balón. Si el balón lo tengo yo nadie me puede hacer gol. Si recupero el balón, lo tengo yo. Si lo tengo yo y no lo pierdo, es decir, si le doy los sucesivos pases a mis compañeros, entonces crearé peligro de gol y el otro equipo no me podrá poner en peligro. La mejor defensa es un buen ataque. Es la famosa "posesión de balón": El porcentaje de tiempo que el balón es controlado por mi equipo. El mejor estratega de todos los tiempos, Johann Cruyff, postuló que la posesión de balón, defender desde el ataque presionando a los defensas contrarios y, su aportación más personal, el ensanchamiento del campo (teniendo siempre a dos delanteros como extremos pegados a las líneas de cal laterales) generarían un juego basado en un ataque que defiende del modo más eficiente.
Cruyff dijo hace poco una frase que ejemplifica bien su otra gran aportación, romántica: "Es más importante ser fiel a tu estilo que ganar o perder". Tu estilo es tu identidad. Tu identidad es en realidad, en esta acepción, tu manera de ocupar el espacio.

Arrigo Sacchi fue el entrenador del Milán de los años 80. Revolucionó el fútbol. Sacchi es un intelectual. Su aportación original fue esa: achicar el espacio subiendo la defensa al centro del campo. Había pocos metros entre sus defensas y sus delanteros. El portero era un defensa líbero más. Jugaba mucho más con los pies que con las manos por la sencilla razón de que casi nunca le llegaban. Los contrarios incurrían en constantes fueras de juego. Lo llamó un tanto pomposamente "el achique de espacios".
Hasta entonces, la mayoría de los equipos defendían" al hombre". Eso, ¿qué quiere decir? Que cada defensa se ocupaba de un delantero. Del suyo. Se les asignaba uno y le seguían allá donde aquel fuera. Esa defensa "al hombre" estuvo vigente durante más de cuarenta años. Sacchi implantó la defensa "en zona". ¿Qué es eso? Los defensas, en medio campo, ocupaban un espacio a lo ancho de casi todo el campo. Solían ser cuatro (una osadía de varios años de Cruyff en su Dream Team fue hacerlo sólo con tres). Estos cuatro se mueven juntos como unidos por una imaginaria cuerda a la cintura. Cada defensa defiende al delantero que "pasa" por su zona, por al lado suyo. No se persigue a ninguno en concreto. Uno de los defensas es el líder. En aquel Milan de ensueño era Franco Baresi, otro intelectual. Ese líder da la voz. Habla para que sus tres compañeros den un paso adelante en el momento en que el otro equipo ataca para sí dejar al contrario en fuera de juego. La grandeza de Baresi, algo insólito, es que no le hacía falta hablar. Estos cuatro defensas del Milan llegaban jugando juntos desde pequeños casi, algo esencial. Jugaron juntos hasta sus jubilaciones, todas ellas pasados los 40, algo insólito. Pero lógico. Por dos motivos. Una, habían corrido menos que sus contemporáneos (jugaban en un espacio ultrarreducido artificialmente). Y dos, habían tenido infinitamente más placer que nadie. Cada fuera de juego provocado, cada momento de atención solidaria dejaba una impronta en el núcleo acumbens, el centro de la recompensa del cerebro que tendía como todo placer a buscar su repetición.

Estar juntos. Por eso ayer, cuando supe de la irreparable y desgarradora pérdida de Javier y de la enorme afectación de todos mis amigos, mantuve una cena en casa que teníamos prevista desde días antes. Para mantener las líneas juntas, para achicar espacios, para ser solidarios, para arroparnos, para dejar a la muerte en fuera de juego. Todo ello expresado con la máxima concisión en "Para Estar Juntos".

miércoles, 6 de enero de 2010

Supermaño Survivor (VI): La Amenaza del Nuevo (m)Año






Dedicado a L. A., para que tenga (más) suerte esta vez.


Las vacaciones de Navidad y Año Nuevo en La Academia suponen un plus de inactividad para Supermaño. La contemplación y la meditación se prolongan como los restos del desayuno, la comida y la cena de ayer —puede que de anteayer— todavía esparcida por la cocina ¿o es el comedor? Supermaño examina el nuevo año: vacío, limpio, prometedor, como una camisa recién planchada. Unos días antes de las vacaciones el Maestro Noh le ha propuesto, después de la violenta eliminación de El Cíclope por un rayo cósmico de etiología poco aclarada (se especula que haya sido Mister V, de nuevo), ser el Delegado de clase. Una camisa recién planchada, sí, pero con alguna mancha de sangre de los que la llevaron antes. Duda si ponérsela, si le vendrá bien, si es de su talla.


Pero el año nuevo es para diseñar planes, aunque Supermaño nunca ha sido muy bueno en eso. Normalmente, y como a todo superhéroe sincero, son los planes los que lo diseñan a él. Pero los superhéroes están para lo que están, es su destino: ser atrapados por el deber, envueltos por el mito, absorbidos por la tarea. Así que Supermaño hace un esfuerzo sobrehumano (cosa que los superhéroes tienen bastante más fácil) y planea, o, más bien, se mece entre los sueños de la tercera cervecita de la tarde.


Este año haré deporte —decide—. Los superhéroes no se pueden permitir estos michelines, estas lorzas, esta falta de tono. El superyoga está bien, y las maratones virtuales durante la siesta, pero este año hay que echar el resto: Ping-pong. Al menos dos veces al mes.


Este año leeré más —se propone—. Y no sólo koans. Y no sólo haikus. Al menos la columna de Vicent los domingos (si le robo El País al maestro Noh). Y siempre antes de el cuadro de mandos, de las reclamaciones por daños colaterales, de las propuestas para nuevas misiones. Pondré la columna de Vicent (y el chiste de Forges) en la Intranet de la Academia.


Ampliaré mis superpoderes —resuelve—: averiguaré el significado de la entropía, pondré a mi servicio las leyes del caos, disgregaré el Big Bang, acometeré la reforma de la Galaxia Andrómeda, tan desordenada ella. Incluso aprenderé las abstrusas leyes que rigen el Trabajo en Equipo, hasta ahora poseído por El Lado Oscuro. Bueno, quizá sea demasiado pedir(me), es posible que valga con que los Superalumnos sepan por fin ver que forman un equipo. (nota mental: para Quique Flores también está resultando difícil y nosotros no tenemos a Forlán ni al Kuhn).



Aprenderé las leyes de la Teleintervención Bradiquinésica —apuesta—, conseguiré doblegar, a distancia, sin que apenas se note, las sólidas voluntades ajenas: que, cuando haga falta, mis compañeros echen media hora más o agradezcan y recuerden las más habituales dos horas de menos en La Academia. Poner en valor los valores. Y poner en deber los deberes.


Conseguiré —se convence— un control absoluto de mí mismo: en las reuniones de trabajo intentaré no levantar la voz si algo me indigna. Daré razones, una vez más, con mi proverbial Superpaciencia Zen y, después de que una vez más no las atiendan, mejor, directamente, cortaré cabezas, desmolecularizaré contendientes. Hay que cuidar las cuerdas vocales y, simultáneamente, las buenas razones.


Escucharé, me informaré, reflexionaré, tomaré nota, consultaré a todas las partes (incluso las que siempre van en contra, las que buscan la confrontación como un modo de afirmarse, pobre gente) antes de tomar una decisión. Marco Aurelio dijo que lo que no es útil para la colmena no es útil para la abeja. Pero también dijo que sólo los locos persiguen lo imposible (y que es imposible que los malos no cometan maldades). Habrá que tomar decisiones. Y no siempre saldrá todo bien, también Marco Aurelio fue derrotado por los caudos y los marcomanos. Pero sólo en una ocasión.


Supermaño casi vigila, más que contempla, el nuevo año. Pero el poder de supervivencia Zen está de su lado. Lee el koan de hoy que le manda el maestro Noh a su iPhoñe: « Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor ». No está mal, aunque, en realidad no es un koan, es de un escritor irlandés. «A juego con la cuarta. Será una Guinness», piensa mientras se levanta y se dirige al frigorífico para brindar otra vez consigo mismo.


Próspero año, Supermaño.